El Maragato es el vigía secular de la vida de Boñar. Su compañero el Negrillón le dejó hace tiempo, Encaramado en lo alto de la torre, está abierto a los cuatro puntos cardinales, asi que no se le escapa nada de lo que pasa en Boñar. Este blog quiere ser memoria de lo que fue y es. En él están recogidas tradiciones, personas, historia.... Bucea en él para conocer mejor a Boñar.

miércoles, 11 de enero de 2012

ARMANDO PALACIO VALDÉS

Siempre tuve interés en rastrear las obras literarias en las que se nombra a Boñar. Conocía desde pequeño el cuento EL POTRO DEL SEÑOR CURA, que salía como lectura en algún libro de literatura que estudié. Y la verdad es que es un cuento curioso y, para nosotros, interesante porque Palacio Valdés parece que conocía Boñar y sus ferias, que el califica como las más importantes en ganado caballar. Me he tomado la molestia de copiar todo el cuento para que tu lo leas y saborees.

EL POTRO DEL SEÑOR CURA           ARMANDO PALACIO VALDÉS
Muchos habrán conocido como yo al cura de Arbín, y habrán tenido ocasión de admirar su carácter bondadoso y nobilísimo, la sencillez de sus costumbres y cierta inocencia de espíritu que solo otorga  Dios  a los que elige para sí; por donde era estimado y querido de todos. Habitaba en su casa rectoral a dos tiros  de piedra del pueblo, servido por una criada vieja y un criado no menos añoso.Había  también un mastín, que nadie recordaba cuándo había sido cachorro, y  un caballo que había entrado en su poder hacía más de veinte años cerrado ya, al decir de los peritos. Como D. Pedro, que así se llamaba el cura, pasaba bien de los setenta, con razón podría decirse que aquella casa era un museo de antigüedades. Vamos a referir la historia del caballo, dejando para otra sazón la del mastín, por ser menos interesante.
Nadie le conocía en el pueblo sino por “el potro del señor cura”. Pero como el  lector comprenderá este no era más que un mote que por reír le habían puesto. El autor de la burla debía ser Xuan de Manolín, que era en aquel tiempo el espíri tu más humorístico y despreocupado con que contaba la parroquia. Su verdadero  nombre era Pichón. Así le designaba su dueño, lo mismo que los criados. Había sido                     tordo en otro tiempo; pero cuando yo le vi, todos los pelos negros se le habían caído   o se habían trocado blancos. No tenía mala estampa; su condición, apacible; el paso    medianamente saltón o cochinero. Por eso el cura hacía años que no osaba ponerlo al trote y prefería salir media hora antes antes de sus excursiones a las parroquias inmediatas. Sufrido, noble, seguro y conocedor como nadie de aquellos caminos,  el Pichón reunía partes bastantes para ser estimado por su amo como una alhaja. La                     virtud sobresaliente de este precioso animal era, no obstante, la sobriedad. Como la  poca yerba que daba el ganado de mansos la comía casi toda ella una vaca de leche   que el cura poseía , el desgraciado Pichón veíase necesitado a vagar nueve meses del  año por trochas y callejas  viendo crecer la yerba para comérsela mucho antes de ser   talluda. Ningún rocín antiguo o moderno, anduvo jamás a la gramática con tan feliz    aprovechamiento, porque su cuarto trasero estaba siempre redondo y lucio como si se hallara   a pupilo en casa de algún marqués. Tanto que más que una vez le pregu taron al cura si lo alimentaba con paja y cebada. ¡Cebada el Pichón!. Había oído hablar de  ella en alguna ocasión; pero verla, nunca.
Como si no fuesen bastantes estas prendas, todavía el Pichón era poseedor de otra muy estimable; una memoria prodigiosa. En cuanto el señor cura de Arbín se detenía  una vez en cualquier casa de los contornos, al pasar de nuevo por allí el Pichón paraba  en firme como invitándole a apearse. Claro está que tratándose de la casa de la hermana  del párroco, que vivía en Felechosa, y de la del cura del Pino, con quien aquel tenía empeñada hacía muchos años una partida permanente de brisca, el caballo no solamen-te se  paraba, sino que iba derecho a la cuadra.
Mas el Pichón, sin motivo alguno razonable tenía muchos enemigos en el pueblo, unos declarados, otros encubiertos. Los cuales, no hallando sitio para combatirle en lucha  franca, le hacían una guerra sorda e insidiosa: le atacaban por la vejez. ¡ Como si no hu- viéramos todos de llegar a ella bajo pena de la vida!, según pensaba el cuadrúpedo muy    acertadamente. Principiaron por darle el apodo burlesco de “potro”. Bien sabía el Pichón que no lo era, ni soñaba con echárselas de tal. ¿Cuándo se le había visto hacer el “rucio  verde” ni ponerse relamido y jacarero a la vista de unayegua, por ligera de cascos que fuese?. Vivir honradamente, no atropellarse jamás, comer lo que hubiere, no meterse en elecciones. Estos eran los axiomas fundamentales que había sacado de su larga experiencia.
No satisfechos con apodarle, sus contrarios le levantaban falsos testimonios. Decían que una vez  yendo de Lena a Cabañaquinta se había dormido en el camino llevando al cura encima   y que fue necesario que un arriero le despertase a palos. Pura calumnia. Lo que había sucedido es que en casa del cura de Llanolatabla, donde su amo había estado cerca de siete horas, no le habían dado una brizna de yerba y, naturalmente, la debilidad le hizo caer. Asimismo los veci- nos chistosos, y muchos también que no lo eran, se autorizaban chanzas de mal género en contra suya, y no cesaban de dar vaya al párroco sobre este tema. Con lo cual D. Pedro, a pe- sar de su paciencia bien reconocida, llegaba en ocasiones a ponerse irritadísimo. “¡cáscaras!    ¿Qué les habrá hecho el pobre animal a estos zopencos para que tan mal le quieran?.
El que más se ensañaba era Xuan de Manolín. Jamás pasaba el cura a caballo por delante de su taberna que no saliese a la puerta a soltar algunas de sus habituales ocurrencias; si es que ya no tenía de la brida al jaco y, mostrándose primero muy fino no concluía por bajarle el belfo y preguntar con aparente candidez:                    - ¿ está cerrado ya, señor cura?                                                                                                            
 Los parroquianos que también salían a la puerta, con esta y otras agudezas por el estilo, se morían de risa, y D. Pedro se marchaba amoscado y murmurando pestes.
Finalmente tan acosado se vio por la cantaleta de sus feligreses, en la que también tomaban parte sus compañeros los párrocos de los lugares más inmediatos cuando se reunía con ellos en alguna fiesta, que resolvió deshacerse del caballo, aunque le costase un disgusto serio. No obstante cuando llegó la feria de la Ascensión, donde pensaba llevarlo, flaqueó y estuvo muy cerca de volverse atrás. Pero había ya soltado la especie delante de algunos vecinos. Toda la parroquia sabía su resolución y aplaudía. ¡ Qué dirían si al cabo se quedase otra vez con el Pichón!.
Melancólico y acongojado, montó el cura en él una mañana, y paso entre paso, se plantó en Oviedo. Según se acercaba a la ciudad, le iban punzando más y más los remordimientos. Por vueltas que se diera al asunto, y aunque se presentasen numerosos ejemplos de este caso, la verdad es que no dejaba de ser una ingratitud vender al pobre Pichón  después de veinte años de buenos servicios. ¡ Quién sabe a qué lo destinarían!. Tal vez a una diligencia, quizá a morir inicuamente en una plaza de toros. De todos modos, el martirio. La inocencia con que el rucio caminaba, sin recelo ni sospecha, causaba en su amo una impresión de vergüenza que no era poderoso en reprimir.


En la feria el ganado andaba muy barato. El Pichón era tan viejo que nadie le quería. Sólo un chalán ofreció por él quince duros. El cura lo soltó al fin en este precio por temor a la burla del vecindario si se presentaba con él nuevamente en Arbín. Luego que lo hubo perdido de vista, quedó más tranquilo, porque la presencia del cuadrúpedo mucho le hacía padecer. Tomó el tren para el pueblo, y cuando llegó tuvo el disgusto de recibir enhorabuenas por lo que él secretamente calificaba de mala acción. A los pocos días, sin embargo, se había olvidado enteramente del caballo.
Pero sin duda necesitaba otro. Aunque disfrutaba de buena salud y tenía, gracias a Dios, las piernas recias, algunas parroquias estaban muy lejanas, y no era cosa de andar pidiendo  to- dos los días la yegua a Xuan de Manolín o el  macho a Cosme el molinero. Por consejo de es-tos y otros feligreses entendidos decidió a no aguardar la feria de Todos los Santos en Oviedo  y buscar montura en la de San Pedro de Boñar, donde acudía casi todo el ganado caballar    de la provincia de León.
Dicho y hecho. Cuando llegó la época, aprovechando la mula de un arriero amigo que iba a León con su recua, tomó la derrota de la villa de Boñar por el puerto de San Isidro. Allí suce- día lo contrario que en Oviedo. Las bestias estaban caras. Menos de cuarenta duros no había modo de mercar caballería que sirviese. En cuarenta y tres y el correspondiente alboroque,    se hizo dueño nuestro cura de un caballo alazán tostado, no muy vivo de genio, pero seguro  y firme, que no había quien le semejase en toda la ribera del Esla, ni aún en la del Orbigo, al decir de los tratantes que se lo vendían. Y así debía de ser, porque D. Pedro recordaba aquel refrán castellano:”alazán tostado, antes muerto que cansado”.
Caballero en él dio otra vez la vuelta para su pueblo, pasando por Lillo e Isoba y atravesando las abruptas angosturas de San Isidro. Caminaba alegre y satisfecho de su compra, porque el animal sufría bien aquellas cuestas agrias, y sobre todo no se espantaba, cosa que era la que más temía. Mas al llegar a Felechosa  sucedióle un caso que le maravilló en extremo. Y fue que, tratando de apearse un instante, en casa de su hermana, el caballo se fue por si solo derechura a la cuadra.                                                                 
                                        -vaya el olfato de este animal- exclamó el cura entrando en la casa.                                   
 Y el gozo le salía por los poros.
Detúvose allí más de la cuenta y echándole de lo que faltaba, comprendió que era imposible parar en el Pino a jugar una brisca con el cura. Mas al llegar aquí experimentó más y mayor asombro.  El caballo, a pesar de los tirones de cabezón y vardascazos, resistióse a seguir por el camino real y, desviándose un poquito, se dirigió a casa del párroco y entró en la cuadra.                                                                                   -                       -  prodigiosos, cáscaras, prodigiosos- murmuró el cura abriendo mucho los ojos.                          Y en  gracia de aquel instinto admirable no le hostigó más y se bajó a saludar a su amigo.   Cuando llegó al pueblo era ya noche cerrada, por lo cual no pudo ser visto y admirado de los vecinos el precioso e inteligente animal. Pero al día siguiente se personaron en el establo alguno de ellos, y después de visto, le reputaron por buen caballo y dieron a su amo mil pláce- mes por la compra.                   
                      - ¡es un jaco de lo devino , señor cura!. Ya tiene montura hasta que se muera.                    - ¡acabará de echar de casa aquel trasto viejo, que si a mano viene un día le dejaba mayormente a pie en el mismo camino!.
El cura mostrábase alegre por las norabuenas; pero aquel recuerdo del Pichón le impresionaba todavía malamente. Transcurrieron cinco o seis días sin que D. Pedro tuviese necesidad de montar su nuevo caballo, al cabo de los cuales mandó al criado que lo limpiase y enjaezase, pues pensaba ir a Mieres. El doméstico se le presentó a los pocos momentos diciéndole:                                                                                         -                     ¿sabe señor cura que el León ( así se llamaba el jaco) tiene unas manchas blancas que no se puedenquitar?                                                                                                                                                                                                                            - limpia bien, borrego, limpia bien; se habrá rozado con la pared.               
Por más que hizo no logró que desaparecieran. Entonces el cura, enojado, le dijo:                            -                               - convéncete ,Manuel, de que ya no tienes puños. Vas a ver ahora cómo se marchan enseguida.                      
 Y, despojándose de la sotana y echando hacia arriba las mangas de la camisa, tomó el cepillo y el rascador y él mismo se puso a limpiarlo. Mas sus esperanzas quedaron fallidas.. Las manchas no sólo no desaparecían, sino que se iban haciendo cada vez mayores.       
- A ver trae agua caliente y jabón- dijo al fin sudoroso y despechado.            
  ¡Aquí fue ella!. El agua quedó teñida al instante de rojo, y las manchas blancas del caballo se extendieron de tal modo que casi le tapaban el cuerpo. En resumen tanto fregaron por él que al cabo de media hora había desaparecido el alazán, quedando en su lugar un caballo blanco. Manuel se echó unos pasos atrás, y con la consternación pintada en  el semblante, exclamó:                                                                                                                          - ¡Así Dios me mata, sino es el Pichón!                                                                                                           El cura quedó clavado en el suelo. En efecto, debajo de la capa de almazarrón, y otro mejunje asqueroso con que le habían disfrazado se encontraba el viejo, el sufrido, el parco, el calumniado Pichón.                      La noticia corrió como una chispa por el pueblo. Al poco rato una porción de gente se apiñaba delante de la rectoral contemplando entre risotadas y comentarios chistosos el “potro del señor cura”, que el criado había sacado del establo. Cuando más divertí-dos estaban apareció en el corredor D. Pedro, con el rostro torvo y enfurecido, y dijo:                   
                              - ¡Me está bien empleado, cáscaras, por haber hecho caso de unos zopencos como vosotros!....¡ al que vuelva a hablar de él una palabra le fraño los huesos, cáscaras, recascaras!.                                                                                                                   
 Comprendiendo que le sobraba razón para incomodarse, los mirones no chistaron y se fueron piano piano hacia el pueblo.  

                                                                                                                                                                                                                                                                                    




2 comentarios:

  1. Magnífico cuento. Ya lo conocía del cole (EGB años 70). Gracias por reproducirlo.

    ResponderEliminar
  2. Mira que tenía curiosidad por saber del cuento y del autor cuyas primeras líneas recuerdo desde que tenía 10 años de un dictado escolar. Por fin he podido leerlo al completo. Muchas gracias.
    La crítica literaria me la ahorro.

    ResponderEliminar